En la foto:Juan José Herrera, hijo de Ismael Arciniegas
“Mínima alma mía, tierna y flotante, huésped y compañera de mi cuerpo, descenderás a esos parajes pálidos, rígidos y desnudos, donde habrás de renunciar a los juegos de antaño. Todavía un instante miremos juntos las riberas familiares, los objetos que sin duda no volveremos a ver … tratemos de entrar en la muerte con los ojos bien abiertos”. Final de Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar.
¿En qué estaba pensando nuestro compatriota y paisano, Ismael Enrique Arciniegas, cuando decidió emprender un tercero y arriesgado viaje, sin derecho a disimular la proximidad de su muerte porque el lienzo que le ofrecieron mostraba trazos de la efímera felicidad que a veces concede una piltrafa de riqueza obtenida en el sotobosque de la ilegalidad?
Muchos colombianos poco o nada sabemos de China, excepto que allí se habla chino, que viven muchos chinos y que preparan, en unas inmensas pailas de cobre, semejantes a las que vemos en el centro del Valle del Cauca, plenas de manjarblanco hirviente, cantidades inconmensurables de arroz chino.
Eso y nada más, excepto algunas leyendas chinas y docenas de proverbios chinos que atiborran las redes, que muchos memorizan con aires de suficiencia y que desplazaron del mercado a las otrora famosas frases de Napoleón, derrotado con amargura en Waterloo, tal vez por estar empeñado en construir decires célebres para la posteridad, en lugar de estar fabricando cañones y fusiles para la guerra.
Los setentones somos demasiado triviales y estúpidos, además de ambiciosos, tercos y soñadores como para asumir el difícil reto de creer que los demás son unos imbéciles que degustarán la farsa que les hemos urdido y para la cual nos hemos preparado, o nos han adoctrinado con suficiencia argumental en esa ya trágica industria de las conciencias delictivas, del dinero abundante, rápido y fácil.
Nos tienen prohibido exhibir la entereza y la ingeniosidad suficientes como para engañar a alguien, mucho menos a autoridades aduaneras y consulares curtidas en el arte de pronosticar, sin ninguna margen de error, cuándo aquel enfermo terminal que apenas sí puede mover sus pies y que no alcanzará a contemplar el amanecer; o aquella dama truculenta que lleva un niño inocente y, por ende, juguetón hasta el delirio; o la modelo que exhibe sin pudor sus encantos; o el abuelo cariñoso, que le sonríe a todo el mundo, que en el interior de su frágil cuerpo, o en equipaje con doble, triple o cuádruple fondo, con capacidad de entre 2 y 4 kilos, váyase a saber, cada uno de ellos esconde cocaína, heroína o cualquier otra sustancia de prohibida tenencia que lo llevará a pasar el resto de sus días en una prisión, o arrastrado a un quirófano destinado, no para salvar su vida sino, todo lo contrario, para adelantar su final.
Cada noche, los adultos mayores, como se los llama con compasión, se recogen con la esperanza de llegar a la mañana siguiente, confesaba el emperador Adriano; y agrega, de la pluma de Yourcenar, que la margen de duda respecto de la vida no abarca los años sino los meses; esto sería lo normal.
Surge un interrogante: ¿Son los abuelos una especie en vía de extinción?
No; todo lo contrario; el crecimiento de los patriarcas es exponencial: Japón registra, en este momento, una población de 65.000 personas mayores de 100 años; en la Maratón de Nueva York (42 kilómetros) el 15 o 20% de los atletas participantes ya pasaron los 50 años, algo impensable en el cercano pasado; la expectativa de vida aumenta y aumenta; se nos avecina una bomba: explotarán los regímenes pensionales. Y oigan esto: ya nació, ya vive entre nosotros, la persona que vivirá 150 años. ¿Seré yo, Maestro?
Yuval Noah Harari señala que la muerte es un problema “técnico” que tendrá su solución más adelante; su espacio de acción se verá reducido cada vez más y más y no quedan ya, mal contadas, 4 ó 5 causas que la determinan: el cáncer, como la más beligerante; superado esto, los hombres del futuro serán “amortales”, no “inmortales” que es distinto; el monopolio que sobre la vida y la muerte que antes tenían los dioses, ya empieza a resquebrajarse.
Leámoslo en vivo y en directo:
“ …. Para los hombres de ciencia, la muerte no es un destino inevitable, sino simplemente un problema técnico. La gente se muere no porque los dioses así lo decretaran, sino debido a fallos técnicos: un ataque al corazón, un cáncer, una infección. Y cada problema técnico tiene una solución técnica.
El proyecto principal de la revolución científica es dar a la humanidad la vida eterna …”
¿A qué viene todo esto? Nuestro coterráneo ejecutado en la República Popular China “descuadró” un poco las cuentas; hubiera podido llegar, con relativa facilidad, a los 80, 90 o más años; pero tomó el sendero equivocado.
A su llegada a la prisión en Guangzhou ya padecía una afección pulmonar que terminó en neumonía; los diligentes médicos chinos le “salvaron” la vida, pero la cuenta regresiva ya se había iniciado; había que ampararlo para dar estricto cumplimiento a la sentencia proferida.
¿Cuáles fueron las razones por las que, un hombre de su edad, tomó la inexplicable decisión de escoger la realización de su crimen en el lugar más inadecuado, en el momento más inoportuno y en las circunstancias más adversas?
No era una jornada cualquiera; los kilómetros a recorrer se calculan en 15.000, lo que anticipa la eterna lejanía; desconocemos la ruta que siguió, pero un itinerario con escalas puede durar hasta 5 días; en otras situaciones, el vuelo puede durar entre 30 y 35 horas, dependiendo de las paradas; conjeturo que, a menos escalas, menos controles.
La explicación inercial que siempre se encuentra es, según se conoció, que atañe a la pretensión de ayudar a la familia; adicional y de pronto, cambiarle la cunita que antes le había regalado a su única nieta y renovarle los juguetes, teteros y biberones suministrados antes de su partida.
¿Por qué China y no otro destino? Mediaron razones económicas atribuibles a sus determinadores: el valor de la “mercancía” tiene una cotización mucho más elevada en China comparada con el de un país vecino, USA o los de Europa, situados a 3 ó 10 horas de vuelo.
A China se llega luego de un largo recorrer, así se trate de un vuelo directo desde Bogotá; hago esta anotación porque, por razones fisiológicas, esta odisea puede constituir una tortura china para una persona cercana a los 70 años de edad: el contraste entristecedor que existe entre la inteligencia resplandeciente de un niño sano y la debilidad intelectual de un adulto medio, o el genio de la infancia, o la fortaleza física, en palabras de Freud, en buena parte superadas en los tiempos modernos, hace innecesario explicar esta situación; no hablamos de la vejez como enfermedad, ni mucho menos como un estado patológico.
A esta circunstancia, que se prolonga a lo largo del desplazamiento, súmase la esfera de lo psicosomático que acompaña a todo el mundo y que es pareja infaltable de quien emprende semejante jornada sólo para ganarse unos cuantos dólares que le permitirán enriquecerse en forma moderada y obtener unos ingresos que le darán una solvencia temporal, dependiendo de los gastos que genere la “celebración” por haber “coronado” la operación y, de paso, romper el pleonasmo recurrente de “viejo, pobre y decadente”; y peor si es “viejo, feo y pobre”; lo de viejo y feo se lo pueden perdonar, pero “pobre”, ¡jamás de los jamases!
Para Ismael Enrique Arciniegas, nombre y apellidos poéticos, este navegar ya era casi rutinario; en dos ocasiones anteriores había cruzado en forma “exitosa”, lo que explica que para él sería otro “buen” negocio; se llevaba 4 kilogramos de cocaína a cambio de recibir, como paga, según cuentan, 5 mil dólares; en verdad, no es mucho, pero cada persona tiene un concepto distinto de lo que es pobreza o riqueza; para él podría ser mucho dinero.
Otros informes señalan que el transportador del alcaloide puede recibir hasta 25 mil dólares, que serían 75 millones de pesos, que corresponden al doble o al triple si escoge o le asignan otro país con menos albur. Si esto es así, a nuestro amigo lo estaban “tumbando”.
Y vienen cifras adicionales, supongo que aproximadas: en nuestro país, un kilo de cocaína se vende entre 3 y 4 millones de pesos, pero en la República Popular China puede costar 170 mil dólares: 510 millones de pesos.
Un gramo de cocaína se puede vender, en el país oriental, en 500 dólares o más; o sea, un millón y medio de pesos.
Una vez cautivo, a nuestro connacional el mundo se le vino encima: permaneció amarrado a la pata de una cama en donde apenas sí se podía mover; su compañero de celda, también colombiano, condenado a cadena perpetua, recogía y botaba las heces y la orina; su situación no podía ser más deprimente y humillante.
Él no era una persona del común, un ingenuo atrapado contra sus deseos y su voluntad, producto de alguna engañifa; me refiero al mundo de las drogas, cuya problemática había abordado en un libro sobre el impacto del narcotráfico que escribió Arciniegas, intitulado, “Guerra Satánica”, y que nunca publicó; me imagino que la información acopiada sobre el tema la obtuvo de la prensa escrita en los tiempos en que fue repartidor de periódicos y pudo estar motivada, en parte, en la muerte de su esposa, 25 años atrás, por una sobredosis de droga.
Para colmo de la desgracia, su hijo menor fue asesinado por asuntos del narcotráfico y un hermano suyo murió en prisión, en China, por transportar droga; lo castigaron con cadena perpetua, tal vez es un imaginario, por su padecimiento de diabetes; su cuerpo fue cremado (parece que es la usanza) y enviadas las cenizas a su familia; en alguna parte leí que es poco lo que devuelven: los científicos chinos se quedan con buena parte de su organismo para estudios, trasplantes, o lo que sea; técnicamente, a Ismael Enrique no lo mataron del todo; parte de él le será asignado a algún chino, de los tantos que hay y a futuro deambulará por las calles con doble personalidad: china y colombiana.
La vejez no es un imprevisto; nadie se vuelve viejo de la noche a la mañana; mucho menos en un instante; por eso decimos que no es una desgracia y menos una enfermedad.
Alguien pudo pensar de él, que por su edad sería tratado de manera respetable en cualquier lugar adonde llegara; siempre estaría fuera de sospecha y en el evento de un insuceso como el que lo llevó a juicio, jugarían en su favor circunstancias atenuantes y, por qué no, eximentes de responsabilidad, o rebajas o una simple y vulgar deportación.
No fue lo que sucedió; no pudo repetir lo que dijera Borges: “Soy viejo y me estoy muriendo despacio.”
Debió sumergirse en un mundo de terror: un país lejano, demasiado distante del suyo, con una cultura y una lengua incomprensible e inabordable, siempre en soledad así compartiera su lugar de reclusión con un extraño, donde todos como él son sospechosos de algo y con el fardo más inimaginable y más cercano con el pasar de los días que pudiera suponer: su conducción al patíbulo.
La ejecución pudo ser el epílogo más triste y más espeluznante: la inyección letal está considerada como la manera más atroz de terminar con la vida de un condenado, al punto de que los laboratorios europeos que procesan el producto se negaron a seguírselo suministrando a las autoridades estadounidenses con la finalidad de que no pueda ser empleado en sus salas de óbito.
La agonía del inyectado se puede prolongar hasta por dos horas; el paciente sucumbe por asfixia, siente un dolor indescriptible y está consciente de su fallecimiento (caso Romell Broom, en Texas; otros eventos se han dado en Ohio y en Oklahoma). “Siento mi cuerpo entero quemando”, alcanzó a decir un reo gringo mientras se apagaba para siempre.
El panorama actual es decepcionante para nuestro país: 15 colombianos esperan la pena de muerte de 163 que han sido capturados; a 3 de ellos, les han ratificado el ajusticiamiento; hay 10 con suspensión de la ejecución por el término de 2 años; otros 15 ya fueron condenados a perpetuidad.
La despedida con su hijo, que duró una eternidad, 30 minutos, puede ser mucho tiempo para quien sabe que le está diciendo abur a la vida; nos lo imaginamos blanco como el marfil, curtido de abatimiento, desde una celda desolada, situada a pocos pasos de un quirófano convertido en cadalso; le pudo decir adiós, vía telefónica, palabra por palabra, desde Colombia.
El narcotráfico es un mal, para decirlo con palabras rutinarias, que se desliza por todas partes; alguien descubrió el paraíso chino y hacia allá se dirigieron todas las miradas de narcotraficantes y de eventuales transportadores, sin caer en cuenta que ni siquiera “con aire en el que se mezclaban la súplica más ardiente, la invocación más humilde y la más conmovedora, y a la vez que desesperada plegaria” cualquier solicitud de perdón o de cambio en el castigo estaba llamada al fracaso ante los dirigentes de una sociedad para la cual, la ejecución de la pena de muerte hace parte del paisaje, acompaña las postales.
“La vida es una comedia y esa comedia se acabó” le pudo decir, como final de una historia familiar desdichada, en la antesala de su propia destrucción, el padre a su retoño, y se fue caminando, lento, parsimonioso, paulatino, con los ojos bien abiertos, rumbo al “materile”.
Escrito por: Oscar Villegas G.
El columnista es Doctor en Derecho, Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional de Colombia. Especialista en Derecho Disciplinario y Especialista en Administración Pública. Profesor universitario. Tratadista sobre Derecho Disciplinario. En la actualidad ejerce Defensas, Consul-torías, Asesorías y Capacitación en Derecho Disciplinario y Responsabilidad Fiscal
Contacto: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.
Acerca de nosotros l Paute en nuestro portal l Contáctenos
Dos caras
Informativo del Pacífico
Politicas de privacidad y condiciones de uso
Todos los derechos reservados ©2016